Abeto en Miengo

Un cuento de Navidad de Felipe Badía

Érase que se era una chiquilla inquieta, juguetona, dicharachera, deportista, divertida, atrevida, ingeniosa, simpática y cariñosa residente en una casona montañesa del municipio cántabro de Miengo.

Pilar, acababa de cumplir el día 17 de diciembre 4 añitos, dormía con Elena, su hermana de 8 años, en una acogedora habitación, con dos camas, decorada con grecas de flores y paredes pintadas de color rosa chicle, y rodeada de un montón de peluches y de muñecos desordenaos, repartidos por baldas y muebles, con toda suerte de simpáticos animalitos, mudos, desperdigaos por la alfombra, que vigilan los sueños mágicos de las dos hermanas. Al fondo, se ve la casa de Benita, su vecina, vive sola, perfectamente atendida por una sobrina, hay un ventanuco por donde se cuelan los rayos solares que iluminan el cuartuco cuando amanece. Estirando el cuello, por el balcón del pasillo, debajo, Lalo y Hot, fuera de la caseta, ladran, se otea en el horizonte la ría de Mogro, punto de encuentro del río Pas, que baja renqueante de los valles pasiegos, con el rabioso y enfurecido mar Cantábrico y con los arenales, dunas y pinares de la playa de Valdearenas (Liencres).

Esa mañanuca del tercer domingo del mes de diciembre, las celebraciones navideñas se percibían próximas en un ambiente solidario y fraternal. Pilar, madrugadora, se despertó un poquito más tarde de lo habitual, pensaría, bostezando, oaaa, oaaa, estaba de vacaciones, <<que bien he dormido esta noche, qué suerte, no tengo que coger el bus para ir al cole>>, oaaa, oaaa…. Bueno, con parsimonia, más despacio que nunca, se calzó las zapatillas, y bajó, sigilosamente, para no despertar a Gonzalo, su padre, había trabajado en el turno de noche, por las escaleras de madera, a la planta baja de la vivienda donde se encuentran la cocina, el salón-comedor, un baño, el trastero y las puertas de salida a la calle. María, su mamá, la había preparao para desayunar un tazón de leche bien calentita con abundante cacao y un sobao pasiego.

-¡Ohhh! ¡Ohhh! ¡Qué susto! ¿Qué se le ha perdido en esta casa? - preguntó Pilar-. ¡Jopé!¡ ¡Te pareces, caradura, un montón, tapao con una sábana blanca recién lavada, planchada y doblada de mi cama, a un fantasma de las películas de miedo! ¡Acaso ha nevao esta noche por esos andurriales!

-Vamos a ver, señorita, estoy invitao a esta casona menicense desde años antes de que usted naciera, exactamente, desde las Navidades de 2010, igual que mis parientes arbóreos que se reparten por todos los países del planeta Tierra. ¿No lo sabías, analfaburra? Soy el famoso abeto navideño de los anuncios de la tele. Este año, me gusta ir a la moda, no está el horno para bollos preñaos, jo, jo, jo, visto traje blanco de novia, aunque, lo digo con pesar, tendría que ir vestido de riguroso luto, todos los días mueren centenares de niños víctimas del hambre y de las guerras. Amiguita, no son estos los mejores tiempos, la inflación está por las nubes, está todo carísimo, para contraer matrimonio ni para tener abetitos. ¡Jo, jo, jo! -respondió el arbolito-. ¡No me habías conocido! ¡Claro, todavía eres una mocosa de parvulitos!

-¡Vaya malas pulgas que gasta el señorito! No te lo tomes a mal, estamos muy contentos, te echábamos de menos, bienvenido, nos gusta que vuelvas a casa por Navidad -respondió Pilar.

-Tu papá me ha sacao del trastero y me ha plantao en este rincón, encima de la mesa del comedor, pegadito a la flor de Pascua. Esta planta, se pasa de listuca, me hace la competencia, pero nunca llegará a tener mi prestancia, ni mi altura, ni tampoco mi estilizada figura. ¡Jo, jo, jo! Mira, Pilaruca, estaba triste y aburrido como una ostra, paso casi todo el año empaquetao entre rollos de papel higiénico Elefante, zapatos que huelen a queso podrido de Cabrales, cartones de leche de la Central Lechera Pasiega, caducada, botellas de lejía Cornejo, latas de tomate Ronaldo del Real Madrid, jo, jo, jo, jabón Chungo para la lavadora, botes de pintura, barniz, patines, bicicletas, herramientas para las chapuzas, leña para la chimenea y trastos de todo tipo. ¡Jo, jo, jo! Es incomodísimo, no puedo estirar las raíces ni las ramas, me ahogo, ni tampoco respirar ni realizar la función clorofílica que me permite producir mis propios alimentos para no morirme de hambre.

-¡Qué pena! Te prometo que nunca más volverá a repetirse, estarás más cómodo en la buhardilla, es muy espaciosa, no hay tantos cacharros, lo peor será que tendrás que aguantar, cuando duerma en casa, los ronquidos del abuelo Felipe, aunque ahora viene menos, vive muy cerca, en una urbanización de Puente Arce. Dice a todo el mundo que está muy feliz, también lo era en Cazoña, porque cuando abre las ventanas le gusta el olor a campo, a boñiga de las vacas y escuchar el canto de los pajaritos y del gallo del vecino de la panadería El Pilar. Cambiando de tema, ¿qué te parece cómo te han adornao este año mi papá y Elena?  ¡Ji, ji, ji! 

-En mi modesta opinión, se han pasao cinco pueblos, me han puesto más bombillas que a ese árbol gigante de Cartes, así me parezco mucho más a un árbol de discoteca o de bar de copas de Cañadío que a un árbol serio y respetable de Navidad. Esta pasada noche, cuando me encendió Gonzalo, sentí un calor sofocante que me bajaba por el tronco, pasaba por las ramas y las hojas y llegaba hasta las raíces. ¡Ufff! Esto se avisa primero, no traje bañador para refrescarme en la playa de Robayera, me dan unos sofocos terribles y calambrazos que me irritan la corteza. ¡Jo, jo, jo!

-Abeto, no queremos que te constipes, tienes que pensar que el invierno es largo, mi padre lo hace con la mejor de las intenciones, llegará el frío polar y te congelarás como hielo granizao en la nevera.¡Achús! 

-Me he dado cuenta de que, a tu papá, ni que trabajara en Viesgo, le gusta tener siempre prendida la calefacción. ¡Jo, jo, jo! No te preocupes, no me voy a acatarrar, tengo una piel muy gruesa, da más calor que un abrigo de visón o de colas de zorro. ¡Jo, jo, jo! ¿Tienes alguna otra proposición deshonesta para hacerme? ¡Ja, ja, ja!

-A mi padre le gusta el deporte de la caza, a veces sale al monte con Lalo, nuestro beagle, pero tiene peor puntería que un tuerto tirándole piedras a un gorrión. Esta primavera espero ir a cazar grillos con él y con mi hermana en los praos del parque de Cuchía y a pescar cámbaros a la playuca de Mogro–comentó Elena.

-Estas bolas de plástico barato de los chinos de Bezana, pesan menos que una pluma de oca, son más chulas que las bolas del año pasado –continuó Abeto-. ¡Jo, jo, jo! Recordad, las pasadas Navidades casi me tenéis que llevar a las urgencias del Centro de Salud de Polanco, se me rompió una rama por culpa de la estrella de plomo, no se le ocurre ni al que asó la manteca, que me colgasteis encima de mi cabezota.

-¿Necesitas alguna cosa más? Aprovecha para pedir por esa boquita de piñón almendrao que la naturaleza te ha regalao. ¡Ji, ji, ji!

-Por favor, te ruego, díselo a Lalo, ese chucho meón de manchas oscuras, que deje de darme latigazos con el rabo que menea con tanta vehemencia, porque se lo voy a cortar de un tijeretazo sin necesidad de llevarlo al veterinario de Miengo. Recuérdale, también, a ese can, no caza ni moscas, que no sé nadar, me va a ahogar, que soy de plástico y que no necesito que me rieguen. ¡Jo, jo, jo! 

 -Es verdad, tiene el muelle flojo, Lalo es un meón compulsivo. 

 -¡Pilar, ven, se va a enfriar la leche! -la llamó su mamá-. ¡Date prisa! ¡No te lo vuelvo a repetir! 

-¡Ufff...!  Una última cuestión, sin acritud, ruego a la señora de la casa que saque al caganer –campesino catalán con cagalera- del comedor, huele que apesta, está descompuesto, que le dé arroz blanco cocido para comer, que le ponga unos pañales y que se marche a Bruselas en Falcon para hacer sus necesidades encima de los zapatos de Puigdemont. ¡Jo, jo, jo! ¡Ah, también se han quejao del olor pestilente San José, los pastores y la mula y el buey del pesebre! ¡Jo, jo, jo! El Niño Jesús, anoche, lloró mucho, suponemos que sería por este motivo, come muy bien y siempre tiene el culete limpio.

-¡Jolín, jolín…! ¡Abeto, te estoy escuchando desde la cocina! ¡Qué exigente te has vuelto! -dijo María-. ¿No crees que pides demasiao? Te pondremos un ambientador con olor a pino enchufao a la corriente eléctrica.

-Señora, soy un abeto centenario, por antigüedad, después de cotizar y llevar muchísimos trienios decorando centenares de domicilios de todo el mundo, he adquirido unos derechos laborales reconocidos por el sindicato independiente de los Árboles Libres de la Península Ibérica. ¡Jo, jo, jo! Tampoco me gustan el espumillón de color plata, ni dorao, me pica todo el cuerpo, que cuelga por mi espalda, está más caducao que un yogur fuera de la nevera, es muy hortera, ya lo usaron mis antepasaos durante las Guerras Cántabras en Los Corrales de Buelna. ¡Jo, jo, jo! ¡Por qué no se lo enganchan en las orejas a Lalo, ese beagle de la pilila floja! ¡Jo, jo, jo!

-Descanse, seguiremos en otra ocasión esta conversación, Sr. Abeto, esta pasada noche no se han apagao ni sus luces ni la iluminación de las estrellitas de la terraza y habrá tenido pesadillas.

-¡Gracias, María! Necesito urgentemente tomar un café bien cargao, tengo la savia bruta reseca, jo, jo, jo, no dejaron de parpadear constatemente, vaya mareo, puf, como los intermitentes de la carraca de coche que conduce el maestruco de Santander. ¡Jo, jo, jo!

-Tómate, disuelto en agua, un sobre de paracetamol pa´l dolor de cabeza -se despidieron María y Pilar del Árbol de Navidad-. Salimos enseguida para la pista de patinaje sobre hielo de la Plaza Porticada de Santander, esperamos no rompernos ningún hueso. ¡Hasta la vuelta!

-No olvidéis las mascarillas en casa, no es broma, todavía quedan por ahí virus escondidos, cuando se produjo la pandemia de la “Gripe Española” de 1918, empezaba yo en este oficio. ¡Jo, jo, jo!  Disfruté, como un bonsái enano, en la estación de esquí de Alto Campoo, viendo descender en trineo y encima de bolsas de plástico a los mozucos campurrianos. 

Y colorín, colorao este cuento navideño se ha terminao.

¡¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO 2024!!

Felipe Badía. Santander.